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Ayer Encontrado lloró
Sobre la importancia del asombro
¿Cuánto pesa lo que hago?
Opinar y saber
La libertad: juego de niños?
Una de vampiros: la solidaridad en acción

 

 

 

 


 

 

 

 

 


Sobre la importancia del asombro

Nada más triste que no experimentar asombro. El mundo se vuelve opaco, de una uniformidad exasperante. Cuando todo resulta obvio y evidente, nada sacude la monotonía del diario existir. Todo parece parte de un mismo paisaje que creemos eterno. Entonces todo se "naturaliza": la frivolidad, la injusticia, la deshonestidad, la violencia...
Hace ya unos 2400 años sostuvo Aristóteles que todos los hombres tienen el impulso a conocer y en ese sentido son todos filósofos (amantes del saber), aunque no hagan de la filosofía un oficio o un (dudoso) medio de vida.
El asombro es el primer paso.
"En efecto, el asombro ha sido siempre, antes como ahora, la causa por la cual los hombres comenzaron a filosofar. Al principio se encontraron sorprendidos por las dificultades más comunes; después, avanzando poco a poco, plantearon problemas cada vez más importantes, tales como, por ejemplo, aquellos que giraban en torno a los fenómenos de la luna, del sol o de los astros, y finalmente los concernientes a la génesis del universo. Quien percibe una dificultad y se asombra, reconoce su propia ignorancia." (Aristóteles, Metafísica, I, 2, 982b)
Asombrarse es preguntar y preguntarse. Es el primer paso para no aceptar las respuestas habituales, "lo dado", lo que se nos aparece como la única realidad posible y con la cual no podemos sino conformarnos con distintos grados de resignación.
A pesar de su importancia, sin embargo, el asombro es sólo el inicio de un arduo recorrido. Porque buscar nuevas respuestas a viejos males no es un camino sencillo ni que pueda emprenderse en soledad. Se torna imprescindible hacerlo con otros. (Nota publicada en Periódico VAS)

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¿Cuánto pesa lo que hago?

"¿Cuánto pesa un copo de nieve?", le preguntó un colibrí a una paloma.
La paloma respondió: "Nada", y el colibrí le contó:
"Una vez, cuando empezaba a nevar, me posé en la rama de un pino. Como no tenía nada que hacer empecé a contar los copos mientras caían. El número exacto fue 3.741.952. Cuando cayó el siguiente copo – para ti sin peso - la rama se rompió y yo salí volando."

Este cuento de Kurt Kauter invita a una reconsideración de los gestos, las decisiones, las acciones cotidianas, a las que con frecuencia restamos trascendencia por considerarlas "pequeñas", sin mayor incidencia en la sociedad. Con frecuencia forman parte de nuestra conducta habitual, casi automática, impensada. Sin embargo, revisarlas críticamente, para ratificarlas o modificarlas, puede contribuir a nuestra autonomía.
En este sentido, Jean Paul Sartre advirtió que elegir ser esto o aquello es afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos, y nada puede ser bueno para nosotros sin serlo para todos. Así, nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que podríamos suponer, porque compromete a la humanidad entera. "Eligiéndome, elijo al hombre."
(Nota publicada en Periódico VAS)

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Opinar y saber

Desde hace muchos siglos la humanidad se ha venido esforzando en distinguir las meras opiniones de un saber con fundamento. Sin embargo, no es ésta una tarea sencilla. Retomemos el cuento de Kauter de la nota anterior.
"¿Cuánto pesa un copo de nieve?", le había preguntado el colibrí a la paloma, y la paloma, creyendo saber, había respondido: "Nada". Entonces el colibrí le contó que una vez, estando posado en la rama de un pino cuando empezaba a nevar, había contado los copos mientras caían. ¿Y qué había pasado? Cuando llegó al número 3.741.953, la rama se rompió y tuvo que salir volando. Por lo tanto, según su experiencia, los copos pesaban.
¿Cuánto de la información que recibimos a diario no es más que un conjunto de opiniones? ¿Cuánto de lo que nosotros mismos pensamos y decimos es simplemente un parecer, algo que no nos hemos tomado la molestia de analizar y sin embargo afirmamos como si fuera una verdad evidente? ¿Cuántas veces en realidad no hacemos más que repetir opiniones ajenas sin haberlas pasado por el tamiz de nuestro sentido crítico? ¿Cuántas veces, en fin, avalamos así decisiones que afectan no sólo nuestra vida, sino la de muchos otros? Con palabras de Kant: "Puedo guardarme para mí la persuasión si me satisface, pero no puedo ni debo pretender que tenga validez fuera de mí."
No sabemos si la paloma cambió de opinión, si fue convencida por el argumento del colibrí (y hasta buscó una balanza!), o si al menos comenzó a dudar de su anterior creencia y reconoció que debía investigar el asunto antes de hablar. (Nota publicada en Periódico VAS)

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La libertad: juego de niños?

Nacemos libres o nos hacemos libres? Según antiguos mitos la humanidad ha adquirido su verdadero carácter mediante la desobediencia a mandatos divinos, por lo cual ha recibido diversos tipos de castigos. La noción de libertad presenta así un doble carácter: por un lado, liberación de viejas ataduras; por otro, pérdida de seguridad y protección. Esa ambivalencia plantea muchas dificultades.
"Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un consejero espiritual en lugar de mi conciencia moral, un médico que me prescribe mi dieta, y así en más, yo mismo no tengo que esforzarme por nada. Me basta poder pagar para no tener que pensar; otros se ocuparán de esa tarea fastidiosa, en lugar mío." (Kant, ¿Qué es el iluminismo?, 1783)
Por el contrario, ejercer la libertad implica riesgos, requiere capacidad para tomar las propias decisiones, tener que buscar otras maneras de relacionarse con los pares humanos. Con intermitencias, la humanidad ha retomado la inacabada (inacabable?) tarea – nada sencilla - de destruir las invisibles cadenas que impone el juego de mandar y ser mandado.
La analogía del desarrollo de la especie con el crecimiento del individuo resulta en este sentido una fuente muy rica en sugerencias. En defensa de la autonomía infantil, dijo el pedagogo italiano Francesco Tonucci en la conferencia que dio en Buenos Aires el 24/06/2003: "Los niños no pueden jugar vigilados. Cuando los padres no están se puede explorar, buscar, inventar, descubrir, maravillarse, tener miedo, encontrar obstáculos, vencerlos...". Para seguir pensando...

(Nota publicada en Periódico VAS)

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Una de vampiros: la solidaridad en acción

En el difícil y largo camino de la convivencia entre miembros de la misma especie, los animales pueden ofrecer ejemplos dignos de consideración por parte de los seres humanos. La conducta de los vampiros es sumamente rica en sugerencias.

Después de una noche de búsqueda infructuosa de alimento, muchos individuos regresan por la mañana a los nidos colectivos con su estómago vacío. Un estudio acerca de vampiros silvestres de Costa Rica mostró que estos animales regularmente regurgitan sangre para alimentarse unos a otros, otorgando la prioridad a los más débiles.
Como contrapartida, el murciélago que recibe sangre, cuando tiene éxito en su cacería, actúa en reciprocidad.
Lo notable es que, además, tienen modos de prevenirse de los “estafadores”: murciélagos que aceptan el alimento cuando lo necesitan, pero que no retribuyen los favores recibidos. De esos modos se conocen al menos dos:
(1) los individuos deben haberse encontrado más de una vez y ser capaces de reconocerse mutuamente; (2) en el primer encuentro cada individuo debe cooperar y, en los posteriores, debe hacer lo mismo que el otro individuo hizo en el encuentro anterior. El que entonces recibió alimento, ahora dona; el que antes donó, ahora recibe. La reiteración de estos comportamientos refuerza la subsistencia del grupo y los estafadores resultan castigados. En otras palabras, una vez establecido un vínculo (no relaciones casuales), la condición para mantenerlo es actuar de manera solidaria. (*)

A pesar de practicar este altruismo recíproco, los vampiros no han tenido buena prensa. No sólo han inspirado historias de terror, sino que además se han convertido en símbolo de explotación entre humanos. Pensemos, sin ir más lejos, en el habitual uso del término “chupasangre”, aplicado a algunos de nuestros congéneres.

Sin embargo, su práctica de la solidaridad debería despertar nuestro asombro y ayudarnos a reflexionar sobre nuestra vida en sociedad.

(*) Véase Curtis y Barnes, Biología, 6ª. Ed., Capítulo 25,
El comportamiento animal, Ed. Panamericana, España, 2000.

(Nota publicada en Periódico VAS)


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