¿PUEDE LA FILOSOFÍA SER AUTOSUFICIENTE Y NO SUCUMBIR EN EL INTENTO?

“La filosofía bien trabajada está vinculada sin duda a las ciencias. Tiene por supuesto éstas en el estado más avanzado a que hayan llegado en la época correspondiente.” [Jaspers, Karl, Introducción a la filosofía, Ed. FCE, México, 1965, p. 8]

Si la filosofía aspira a ser una sabiduría y no un simple conjunto de opiniones más o menos hilvanadas, no debería renunciar a la actualización permanente en los avances del conocimiento científico. Esa actualización, aunque muchas veces de manera parcial, ha sido practicada por los mayores exponentes de la historia de la filosofía. Incluso su mayor o menor acercamiento a esos avances permitiría explicar tanto sus aciertos como sus debilidades (valga esto como hipótesis de trabajo). Pero aún aquellos que no han procurado intencionalmente estar al día en los diversos campos del conocimiento, no han podido sustraerse a su influencia.

De lo contrario, la filosofía corre el grave riesgo de quedar reducida a una especulación hueca y a propuestas que carecen de toda posibilidad de corroboración empírica. Una filosofía que estuviera advertida de sus propios límites, debería tomar “a préstamo” muchos de los avances investigativos de otras disciplinas y así estar en condiciones de elaborar alguna síntesis y coordinación propia. Ya lo había advertido Kant: “Pensamientos sin contenido, son vacíos; intuiciones [sensibles] sin concepto, son ciegas.”

Como señala Bruno Dubuc en el trabajo que aquí se presenta en versión castellana [Ver ¿Cuáles son las bases neurobiológicas del pensamiento?], las referencias filosóficas a la “naturaleza humana” o a la distinción entre “caracteres innatos y adquiridos” (son sólo dos ejemplos) deberían ser revisadas a la luz de los conocimientos actuales.

El cuarto concepto señalado por Dubuc nos dice que “el cerebro no es estático sino que se modifica constantemente durante toda nuestra vida”. Sin embargo sigue prevaleciendo en la imagen social de los procesos mentales – a la que la mayoría de los filósofos adhieren - la idea que el cerebro funciona como una máquina o un mecanismo, con el añadido contemporáneo de un sinnúmero de figuras sacadas de la cibernética. Se habla de estar “programados”, de tener algunos “chips activados/desactivados” para una cierta función, del “disco duro” de la mente, etc. Sin embargo, la plasticidad sináptica de las neuronas pone de manifiesto una combinatoria que más allá de la complejidad neurofisiológica y química que encierra, sugiere un vastísimo campo de conexiones posibles, susceptibles de ser desarrolladas… o no. El modelo instalado de reacciones estereotipadas parecería ser un obstáculo a superar.

Los conceptos quinto a séptimo nos alertan contra tanto reduccionismo genético difundido casi a diario por los medios de comunicación, que omite el papel de nuestra interacción con el mundo y/o lo simplifica de manera burda. Si desde la filosofía se intenta aportar algo de sentido crítico al respecto, no lo podrá hacer desde el “analfabetismo genético”, como tampoco soslayando la multiplicidad de factores que hacen al conocimiento humano.

También constituyen un llamado de atención a un hecho con frecuencia relegado al olvido por los filósofos: el cerebro sirve para actuar.

Filosofía: el todo, esto y lo otro

"Que la experiencia filosófica suponga tomar en cuenta el conjunto, la totalidad, no equivale a que toda meditación filosófica deba arribar a un sistema completo. La preocupación por la totalidad encarna muchas veces en el gran sistema, pero también es compatible con la investigación estrictamente monográfica, tal como la aconsejan y aun la tornan inevitable la variedad y multitud de los problemas. Pensar filosóficamente, desde cierto punto de vista, no es necesariamente abarcar el conjunto, sino pensar tomando en consideración el conjunto, contando con él. Un espíritu verdaderamente filosófico nunca olvida que el tema a que se aplica, por mucho que le importe como tema aislado, es una fracción de la totalidad, un miembro inseparable de la vasta realidad que lo incluye. Aunque todas las energías de su meditación se concentren en una cuestión particular, el filósofo ve alrededor y detrás de esa cuestión todas las otras, la masa enorme de cuestiones que entran en el orden de lo pensable. Podríamos así decir que toda reflexión de efectivo tono filosófico tiene dos asuntos: el asunto especial que destaca en primer plano, y todo lo demás. Pensar filosóficamente es siempre, por tanto, pensar a fondo en esto, teniendo de algún modo presente lo otro. La presencia constante de lo otro, de todo cuanto está más allá de lo que interesa de cerca en cada instante, contribuye a otorgar su peculiar matiz a la averiguación filosófica. Y ello por dos lados: no sólo, como podría suponerse, por la necesidad o conveniencia de ver integrarse cada parte en el todo, ocupar en él su lugar propio y contribuir a configurarlo, requerimiento sin duda de máxima importancia, sino también porque el conocimiento filosófico aspira a ser saber último y fundamental, y no hay cabal conocimiento de algo sin el conocimiento de todo lo demás. Nadie sabe verdaderamente y a fondo lo que es el color rojo, si no sabe lo que son los demás colores. Nadie sabe lo que es el color en general, si no sabe lo que son las demás propiedades sensibles de las cosas. Nadie sabe lo que es la existencia ideal de los números y de las formas, si no sabe cómo es la otra existencia, la de lo que no es número ni forma. La totalidad se ordena ontológicamente en especies y géneros. Saber efectivamente de algo exige saber a fondo de ese algo, pero saber también cómo se compone la especie que lo abarca, el género en que entra esa especie. El filósofo puede concretarse, y de ordinario se concreta, a un tema especial; pero sabe que en ese tema concurren todos los demás, sin excepción, unos por hallarse de algún modo en su interior, y otros por estar conectados con él en manera próxima o remota, porque la totalidad es una trama continua, sin rupturas. A quien, como le ocurre al filósofo, no se contenta sino con el conocimiento total, cualquier objeto singular le propone interminables problemas; si se limita a algunos, no le es lícito desentenderse por completo de los otros, ignorarlos. Todo objeto, por ejemplo, es numerable y se encuentra relacionado con los demás: lo que sean el número y la relación son cuestiones de gran complejidad. Todo objeto existe, y lo que sea la existencia es cuestión por demás oscura y debatida. La referencia a la totalidad, en suma, es inevitable en un saber último como pretender ser el filosófico, tanto para asignar su puesto en ella a cada instancia particular, como para agotar el conocimiento de su misma intrínseca particularidad. [...]"

(Romero, Francisco, Sevilla 1891-Buenos Aires 1962, filósofo, Relaciones de la filosofía, Cap. I, pp. 19-21, Ed. Perrot, Argentina, 1958.) [negritas mías]

 

arriba


www.filosofiaparaarmar.com.ar

© Copyright 2008 - Creación y diseño de Marta Abergo Moro

problemas