¿Ha contribuido el trabajo a la evolución de la especie humana?

Considerados los millones de años de la tierra (unos 5.000 millones de años) y la comparativamente reducida historia de los humanos en ella (5-6 millones de años) resulta muy fructífero tomar nota de los aportes de la biología en nuestra búsqueda de elementos que ayuden a la comprensión de la relación entre el pensar y el hacer en la evolución de la especie humana.

En casi todas las culturas primitivas, en la mitología y filosofía griegas y desde luego en la tradición judeocristiana, los humanos aparecen separados de la naturaleza. Recién en el siglo XVIII hubo quienes se atrevieron a plantear la similitud entre los hombres y los monos. Y fue la teoría de la evolución de Darwin, con sus desarrollos posteriores, la que vinculó a los seres humanos con el conjunto de los seres vivos. Sin embargo, esto desembocó inmediatamente en una doble vertiente de problemas, en la medida en que a la vez que se corroboraba cada vez más su relación con el resto de la naturaleza, aparecían también sus características diferenciales. ¿Cómo es que los humanos son animales, y a la vez tan diferentes de todos ellos, incluidos sus parientes más cercanos? Por otra parte, reconociendo la propia evolución de los homínidos, ¿cómo explicar el proceso que ha conducido al humano que somos en la actualidad?

La evolución: más arbusto que escalera

Hasta no hace mucho tiempo (apenas unos 25 años), se creía que los homínidos constituían un único linaje que había evolucionado desde el Australopithecus (o autralopitecinos hasta el Homo sapiens. Nuevos descubrimientos fósiles han puesto de manifiesto otras ramificaciones. "Todo indica que la evolución de los homínidos no fue una escalera de progreso sino un arbusto con muchas ramas, la mayoría de las cuales terminaron en la extinción." (Ver Curtis, Helena y Barnes, N. Sue, Biología, Ed. Médica Panamericana, 6ª. edición, España, setiembre 2000.)

Una posible filogenia de los homínidos (tomada de I. Tattersall, 1993), en Curtis, Helena y Barnes, N. Sue, Biología, Ed. Médica Panamericana, 6ª. edición, España, setiembre 2000,
p. 662.

Curtis y Barnes, Biología, Fig. 24-21, 6a. ed. España, 2000.

Todo esto parecería indicar que la actual presencia de la humanidad en la tierra no es el resultado de un plan preconcebido de un progreso lineal, sino bastante azaroso, donde el relativo éxito en la supervivencia de la especie humana continúa siendo investigado.

¿Cuánto de este éxito es el resultado de las propias acciones de los humanos? ¿Cuánto de su desarrollo intelectual ha dependido de sus acciones en pos de la sobrevivencia? ¿Dónde reside la diferencia fundamental con los animales más próximos en la escala evolutiva?

Repasemos algunos rasgos distintivos de nuestros antepasados. La primera especie del género Homo – el Homo habilis – aparece como el primer constructor de herramientas (hace dos millones de años). Otra especie posterior, el Homo Erectus, muestra aumento de talla y tamaño del cerebro, uso del fuego, uso del hacha de mano, habitar en cavernas. Los modernos Homo sapiens y el actual Homo sapiens sapiens continuaron con su andar bípedo, su postura erecta, el desarrollo del cerebro y la capacidad de construir herramientas.

En 1876 Friedrich Engels escribió un provocativo ensayo titulado “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, en cuyo párrafo inicial sostiene:

“El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en economía política. Lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre.”

Y más adelante:

“Ni una sola mano simiesca ha construido jamás un cuchillo de piedra, por tosco que fuese. [...] la mano no es sólo el órgano del trabajo; es también producto de él. Unicamente por el trabajo, por la adaptación a nuevas y nuevas funciones, por la transmisión hereditaria del perfeccionamiento especial así adquirido por los músculos, los ligamentos y, en un período más largo, también por los huesos, y por la aplicación siempre renovada de estas habilidades heredadas a funciones nuevas y cada vez más complejas, ha sido como la mano del hombre ha alcanzado ese grado de perfección que la ha hecho capaz de dar vida, como por arte de magia, a los cuadros de Rafael, a las estatuas de Thorwaldsen y a la música de Paganini.”

Algunos biólogos contemporáneos continúan en esa línea de pensamiento, como el prestigioso Stephen Jay Gould (1941-2002) , quien sintetiza lo anterior de este modo:

"Engels considera tres rasgos esenciales de la evolución humana: el habla, un gran cerebro y la postura erecta. Él sostiene que el primer paso debe haber sido el descenso de los árboles con la consiguiente evolución hacia la postura erguida por nuestros antepasados habitantes de la tierra. Estos monos, al moverse a nivel de la tierra comenzaron a abandonar el hábito de usar sus manos y adoptar más y más un paso erecto. Éste fue el momento decisivo en la transición del mono al hombre.’ La postura erguida liberó la mano para usar herramientas (el trabajo, en la terminología de Engels); aumentó la inteligencia y luego vino el lenguaje.”

El contemporáneo biólogo Ernst Mayr discrepa con la idea que el bipedismo haya sido la clave de la humanización, como paso previo al uso de instrumentos. De acuerdo con sus investigaciones, el caminar erguido no puede explicar el uso de herramientas, así como éste no puede explicar el crecimiento del cerebro, y propone un proceso de coevolución del lenguaje, el cerebro y la mente. (Ver Mayr, E., Así es la biología, Ed. Debate, España, 1998.)

Muchos son los interrogantes que siguen abiertos y las investigaciones continúan. Sin embargo, suele decirse que la creación de cultura – incluyendo en ello la fabricación de herramientas (que no es lo mismo que el uso de instrumentos) es lo que permitiría explicar “el gran salto”.

 

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