¿Es la agresividad un componente espontáneo (“natural”) de los seres vivos en general y del hombre en particular?



Dibujo de Konrad Lorenz en King Solomon's Ring, Meridian, Penguin Books, U.S.A., 1997, p. 196.

¿Cuáles son las bases neurofisiológicas de los comportamientos llamados “agresivos”? ¿Es la agresividad un componente espontáneo (y en ese sentido “natural”) de los seres vivos en general y del hombre en particular? Es ella resultado de un aprendizaje? Juega algún papel favorable a la conservación de la especie o por el contrario, apunta a su aniquilación? Hay condiciones biológicas para la adopción de actitudes de dominación, sometimiento, evasión o rebelión? En la afirmativa, ¿cuáles son sus mecanismos? ¿Cómo se relacionan estos con los sistemas normativos?

En la segunda mitad del siglo XX Henri Marie Laborit (Francia, 1914-1995, neurólogo)
y Konrad Lorenz (Austria, 1903-1989, zoológo, fundador de la etología) se ocuparon de estos temas. Si bien sus enfoques encierran profundas diferencias teóricas, políticas e ideológicas, ambos compartieron una preocupación por la situación de la humanidad, enfrentada a la posibilidad de su autodestrucción, a la vez que realizaron una advertencia: en la base de todas las conductas y relaciones sociales hay seres vivos, organismos con sus cargas - heredadas y adquiridas - lanzados a la búsqueda de satisfacer sus necesidades y deseos. De cómo puedan lograrlo dependerá su subsistencia. Pese al tiempo transcurrido, sus apreciaciones siguen siendo pertinentes y merecen ser consideradas. Centraremos nuestro análisis en aquellos de sus aportes que arrojan alguna luz sobre las diversas formas en que los humanos construyen relaciones basadas en el respeto unilateral (heteronomía) o en el respeto recíproco (autonomía).

Laborit se propuso indagar sobre los mecanismos del sistema nervioso que hacen posible la expresión de la agresividad, aspecto descuidado, según él, por la mayoría de los investigadores, que “considerando que la violencia forma parte integrante de las características de la especie humana sin preocuparse por conocer los mecanismos neurofisiológicos y bioquímicos que la determinan, se pierden con frecuencia en la selva inextricable de los factores psicológicos, sociológicos, económicos y políticos, capaces de desencadenarla <...>”. [Laborit, H., La paloma asesinada - Acerca de la violencia colectiva, Ed. Laia, Barcelona , p. 20]

Agresividad y sistema de inhibición de la acción

Según Laborit, la agresividad es una fuerza aleatoria, no constitutiva de los seres vivos y del hombre Si un cierto comportamiento resulta en la satisfacción de una necesidad, su recuerdo permitirá que dicha conducta se refuerce. Pero “si el comportamiento deja de ser recompensado, o si es reprimido, y si la huida y la lucha se muestran ineficaces, sobreviene un comportamiento de inhibición, de extinción de un comportamiento aprendido […], que nosotros hemos denominado ‘sistema inhibidor de la acción’ (SIA).” [Laborit, H., op. cit.]

La agresividad es resultado de la inhibición de la acción. Esto significa que frente a la imposibilidad de realizar la acción tendiente a satisfacer un deseo o necesidad, interior o exterior, se produce a nivel bioquímico y neurofisiológico del organismo un desequilibrio que desencadena un círculo con consecuencias en su conducta o en su salud interna: o desarrolla una actitud de agresividad hacia ese estímulo dañino de su propia integridad (agresividad defensiva) o hacia sí mismo, lo que deriva en una serie de alteraciones que ponen en riesgo su integridad (aumento presión arterial, etc.)

Al mismo tiempo sostiene que la agresividad surge y se desarrolla por aprendizaje: a ser agredido se aprende, como también se aprende a someterse. Agredir/ser agredido, mandar/obedecer es resultado de un aprendizaje.

Desde el marco general de la evolución de las especies y sus dos grandes operadores – selección y mutación - Lorenz hace foco en la agresión intraespecífica: la agresión como “instinto que lleva al hombre como al animal a combatir contra los miembros de su misma especie”. [Lorenz, Konrad, Sobre la agresión: el pretendido mal, Ed. Siglo XXI, Ed. 15ª, México, 1986, Prefacio, p. 3.]

La agresividad como condición de la convivencia

La pregunta que se hace Lorenz es: ¿para qué la lucha intraespecífica? ¿Qué papel cumple en la evolución biológica? ¿Qué puede enseñarnos con respecto a la relación entre los hombres?

Una primer respuesta: la agresión entre los miembros de una misma especie cumple funciones fundamentales en su conservación: distribución de los animales de la misma especie en el espacio vital disponible, selección efectuada por los combates entre rivales, defensa de los hijos y formación de una jerarquía social en la vida organizada en común que asegura la sobrevivencia del conjunto.

Pero “en los animales superiores”, afirma, “nunca hemos observado que el objetivo de la agresión sea el aniquilamiento de los congéneres”. [Lorenz, op. cit. p. 58]. Más aún, su sorprendente tesis es que de la agresión intraespecífica surge la posibilidad de la convivencia a través de la amistad personal y el amor. “No sabemos de ningún ser capaz de amistad personal y al mismo tiempo incapaz de agresividad.” [Op. cit. p. 167.]

El mecanismo que inhibe la agresión a fin de preservar la vida del grupo parecería guardar una analogía con la evolución cultural del hombre: también los imperativos más importantes de la ley mosaica y las demás son prohibiciones, no mandamientos. La analogía es funcional. El ritual devenido nuevo comportamiento automático instintual se asemeja, según Lorenz, al rol que desempeña el tabú en algunas comunidades humanas.

Contrariamente a Laborit, para quien las normas (mitos, religiones, morales, leyes, ideologías) liberan al hombre de la angustia que resulta de la inhibición de la acción, para Lorenz es una construcción de la cultura humana análoga a la de la ritualización filogenética, orientada a la preservación.

“La primera función compensadora de la moral responsable, que impidió a los australopitecos destruirse a sí mismos con sus primeros instrumentos de piedra, no hubiera sido posible sin la apreciación instintiva de la vida y la muerte. Los animales sociales superiores suelen reaccionar de modo muy dramático a la muerte súbita de un congénere. […]. La primera función que realizó la moral responsable en la historia de la humanidad consistió, pues, en restablecer el equilibrio perdido entre el armamento y la inhibición innata contra el acto de matar.” [Op. cit.pp. 277-9.]

Relevar algunas de las contribuciones que se han hecho desde la biología amplía las bases para una investigación que vaya más allá de las especificidades disciplinarias.

[Fragmento de Palomas en una jaula - Perspectivas biológicas acerca de la agresividad.]

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Respecto a este tema, ver también concepto séptimo en Conceptos neurológicos útiles para los filósofos.

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